Milagros Mumenthaler: “Hay algo de mostrar lo que el mundo exige sin permitir detenerse”


Después de Abrir puertas y ventanas (2011) y La idea de un lago (2016), Milagros Mumenthaler se aventura en territorios más ambiciosos con Las corrientes, un thriller psicológico donde la protagonista, Un film de esos que a pesar de recorrer todos los festivales fundamentales (Toronto, San Sebastián, New York Film Festival) sabe ser diferente, saber pensar, sentir, respirar a sus personajes, generando ecos en ese mundo creado al mismo tiempo que cuestiona lo habitual, lo que damos por sentado, lo que quizás nos arrastra. Desde el fluir de su protagonista, Mumenthaler muestra a Lina, una mujer que enfrenta cambios profundos y misteriosos tras regresar de Ginebra. Con un estilo hitchcockiano remoto, con un personalidad visual radical y aún así de cámara y un punto de vista casi absoluto de su protagonista, la película transita los límites entre lo concreto y lo onírico, lo íntimo y lo social, mostrando cómo la memoria del cuerpo y la deriva emocional pueden transformar la vida de una mujer al borde del colapso. Mumenthaler ha habla de una imagen, siempre, una mujer cayendo al agua en un puente, vestida, y desde ese hecho, crea un relato elegantemente monstruoso, donde cuerpo y sociedad se oponen, pero lejos de los gestos, Mumenthaler saber edificar, echar raíces, corroer lugares comunes para generar una película que entre muchos rincones reflexiona sobre la memoria del cuerpo. Dirá la directora ganadora de Locarno: “En realidad es un poco el concepto, que el cuerpo tiene memoria. Es casi teórico, no tanto pensado como teoría al momento de trasladarlo a planos específicos. Más bien se trata de que el personaje tiene una disociación de cuerpo y mente, y el cuerpo a veces hace cosas que uno no puede expresar. Desde el punto de vista simbólico es evidente, pero yo pensé mucho en la película desde la mirada de ella. Incluso en los pocos momentos donde podría parecer que nos alejamos de su perspectiva, siempre se mantiene centrada en cómo ve ese personaje. La caja de resonancia es ella, no se salta a otros puntos de vista. Hay un montón de información escrita sobre Lina: su infancia, la relación con su madre, su padre, cómo conoció a Amalia, cómo la influyó, cómo conoció a Pedro… Todo eso me ayuda a ponerme en su piel y pensar en sus necesidades. Llega un momento en que el personaje manda, marca el ritmo; hay una deriva activa a lo largo de toda la película, tanto físicamente como mentalmente. Uno no siempre sabe para dónde va; eso también marca el ritmo de la narración y su flujo interno”. En Las corrientes, Milagros Mumenthaler explora cómo el éxito puede volverse un territorio incierto cuando la identidad comienza a erosionarse. Más que narrar una crisis, la película observa la manera en que los vínculos, los gestos cotidianos y la relación con el propio cuerpo se transforman en signos de un desajuste íntimo. Mumenthaler convierte lo mínimo en revelación: un cine que fluye entre la memoria, la percepción y ese instante en que todo parece perder sentido.

—En esa idea de que el personaje manda, de no saber donde va, la película respeta esa sensación de deriva en la película, ¿cómo fuiste armándola a la hora pensarla para la pantalla?

—Es algo que viene desde la escritura. El personaje no está completamente conectado con su entorno, salvo en momentos muy puntuales, como al final, o en su taller. La deriva es un corrimiento pequeño, y al escribir aparecen imágenes visuales y sonoras. Quería un espacio suspendido desde que entramos a las calles de Ginebra: ambientes temporales, puestas en escena clásicas con planos fijos, travelings, paneos. Hay concreción en la mirada de Lina, aunque para otros pueda parecer una suspensión del tiempo. Irradia extrañeza constantemente; hay algo de mostrar lo que el mundo exige sin permitir detenerse, sin tiempo para salir de la civilización.

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

—Y el agua, que está presente todo el tiempo, ¿por qué la elección de ese elemento y la figura de la corriente, de algo que arrastra?

—Es el germen de la historia. Durante un viaje a Ginebra imaginé a una mujer que se arroja al agua helada en pleno invierno. El agua funciona de muchas maneras: el cuerpo se comporta distinto, hay una superficie atractiva y bella, pero debajo hay un mundo subterráneo y desconocido que genera miedo. Además, la idea de corrientes me interesaba: arrastran hacia un lado y otro, como un flujo que refleja la película misma.

—Hay una construcción de lo monstruoso, de lo que esta fuera de cierta normalidad, de cierto cotidiano, pero también eso no le da la espalda al deseo y la sexualidad. ¿Cómo convivian esos elementos?

—Es parte del personaje. La pareja tiene una fuerza física y sexual muy marcada; es un refugio para ella, una manera de preservarse. Lo monstruoso siempre está presente: cualquier persona tiene su lado monstruoso, que aflora por momentos o según las circunstancias de la vida.

Ella mantiene su sexualidad para no derrumbarse ante la mirada del otro y ante los mandatos de la sociedad.

—¿Hubo algo que surgió de manera orgánica durante el rodaje que te sorprendió?

—Sí, hubo aprendizajes en el montaje y en la puesta: la película era más larga, había momentos más cerrados psicológicamente, pero al final encontramos un ritmo imprevisible que le dio vida propia. Aunque no es un thriller psicológico de género, ciertos códigos estuvieron presentes; eso se ajustó durante la edición, logrando una película más fluida y con ritmo propio.

—La fotografía y el sonido generan un clima particular. ¿Cómo trabajaron eso?

—La elección de locaciones muchas veces define la luz y el tono, aunque después se ajusta durante el rodaje. Por ejemplo, el departamento de la madre tiene una luz fría, un hogar masculino donde ella no se apropia del espacio. La película trabaja con la nostalgia de lo perdido, con ciertos códigos de Hitchcock y un cine más clásico, atemporal, suspendido en décadas indeterminadas, pensado para 35 mm aunque finalmente se filmó digital. La luz, los colores, la planificación de planos, todo está pensado con economía y precisión, siempre en función de lo que el personaje necesita mostrar y sentir.

—Hablaste de Hitchcock y del relato clásico, ¿qué te interesaba traer de ese universo?

—Me interesaba el relato fluido, la economía de planos, cómo se construyen los valores del plano y cómo se perciben los personajes físicamente. Es un cine donde todo está en función de la mirada de Lina, donde la narrativa clásica se adapta a un universo contemporáneo y permite suspender el tiempo sin perder la coherencia interna de la historia.

—Por último ¿qué te conmueve de la película hoy, después de estrenada y vista por el público?

—Me conmueve que la gente la capta, que conecta con la película a pesar de sus particularidades. Hay siempre cierta frustración con la salida: la película no es un superéxito, pero hemos logrado venderla a varios países y eso genera una sensación de logro. También hay desolación al ver el panorama de distribución aquí, pero sigue siendo la película que queríamos hacer. Es emocionante ver cómo el personaje y su mundo encuentran resonancia fuera del contexto del rodaje y el taller creativo.



Fuente: www.perfil.com

Artículos Relacionados

Volver al botón superior